Tuesday, August 15, 2006

esteban

Cuando Esteban mira la tetera cree entrar en otro mundo. Sabe que cuando la mira el acero se burla, le estira los cachetes y le agranda los ojos como dos montañitas de nueces que redondas y oscuras esperan. La frente parece de repente más fría, un poco cónica se alaaaarga hasta llegar al pelo, unos mechoncitos que, como palmera y viento, le terminan la cabeza.
Pero ahí, la gente no usa camperas. Todos salen en remera, la corbata la dibujan con tiza y, si hace frío, ¡rás!, agarran una bufanda.

En el mundo de la tetera algunos van al zoológico. Cuando ven al león rugir tanto se espantan, corren y corren por las calles y las plazas hasta llegar al acero…, el límite de ese pequeño metal…, ¡¡¡hasta acá llegan ustedes y todos los habitantes de Teterlandia!!!, exclama el policía y…
Al verlo a Esteban todos se maravillan. Escuchan detrás al león, rugiendo desesperado entre rejas camina hacia un lado y hacia el otro, se marea un poco como los otros y…, ellos no tienen pelo. No tienen frente, no tienen ojos ni nueces para pensar, como el marrón y las avellanas que van tan bien porque, a veces olvidan; todo lo olvidan todo lo dejan pasar.
Entre el acero de la tetera y sus mismas almas hay algo que ¿será Esteban? siempre les deja sed.

Ellos lo miran a él, el chico que desde afuera los mira, como en un juego de lagos y espejos los Narcisos lloran y sólo pueden verse. Esteban a ellos, ellos a Esteban. Piensan, ríen, juegan…, se deslizan por toboganes de chocolate que nadie sabe a dónde llevan, parece que al caer uno apoya los pies y un poco se van derritiendo los cordones, las suelas que tocan el barro mientras…¡rás! todos se tiran por ahí. Las risas las manos la tierra escuchan.
Y todos…, todos escuchan al león, que mareado entre barras, ruge.

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