cuidado
con los buitres que acechan tu cabeza.
ave
carroñera dispuesta a aniquilar
lo
que te queda de vida
y
sabios, pájaros ancestrales que especulan con la muerte de las cosas bellas:
el
florecimiento de las violetas de los alpes y la furia del potus que se alimenta
de toda esa mala energía
y
que, además de especular, estos enormes pájaros de vuelo profundo y alto hace
tiempo andan sobre esta tierra
la
conocen bien por andar por los cielos, vibran con esa perspectiva
inmensa
y
silencian y acallan en las tinieblas más minúsculas de los hombres
y
mujeres
si
supieran las mujeres lo que estos pájaros, sabias y ancestrales también se
levantarían
pondrían
al ave patas para arriba, cabeza abajo
bien
sobre el polvo que se desprende de la tierra cada vez que sopla la ráfaga:
y
ante esas bestias de picos amorfos, punzantes,
ojos
pequeños porque no les cabe la esperanza propia del náufrago, del león, del
desaparecido
gritarían
con las fauces abiertas quise
comerme al mundo
y
todos los ruidos, la ceniza de los sueños, el microscópico parásito que vive de
la carroña
más
carroña ve, más carroña quiere, levanta, desangra
si
supieran las mujeres del estremecimiento
que
en todo lo vivo, paralizado, decrépito e inmortal provocan
con
sólo hablar
con
sólo mirar a los ojos a las aves carroñeras y hacerles saber
que
acá
viven
ellas una vida
de
miedo, angustia, incertidumbre, amor y creación
gritarían
la
vida que viven.
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