Wednesday, October 18, 2006

Escribir se vuelve una tarea.
Una cosa pendiente para hacer al llegar a casa. Primero en lápiz y después, pasándolo lindo en birome, poniendo el nombre y la división, se entrega en el colegio. A veces lo que escribimos se entiende todo, y a veces, al querer decir algo que no decimos, No.
No sé si se entiende.
Escribir se vuelve pasajero. Es como un libro de poesías que abrimos cada tanto. Cuando está nublado, cuando tenemos hambre, cuando el sueño nos frag-men-ta- y qué mejor que dormirnos más desintegrados aún, poniendo a prueba el poder de la almohada.
Aunque se escriba todo el tiempo, pensando que todo se lee igual, es como el libro de poesías, que respira sólo por ser un momento. Un Presente.
Escribir es gracioso. Hablando de cosas al paso, jugando con ideas y ciudades, con la gente que viva donde viva tiene que levantarse temprano y odia chocarse con la silla o golpearse el pie al volver a la cama.
Escribir es energizante.
Es agotador.
Es fulminante.
Es vacío
oscuro
crítico sin querer
queriendo
trepa
ata y desata las manos.
Escribir se vuelve una pesadilla. Cuando la humedad retorna a la nube, parecida pero distinta a ayer, esperamos que llueva y en vez hay sol
o en vez hay tormenta
o en vez el granizo acorrala a todos los ciudadanos.

El escritor mira por la ventana. Hay mate o hay sol o hay encierro o
Hay algo

Eso
Todo
Nada

algo


algo hace que uno escriba.
Mirando.
Escribir se vuelve una pesadilla, un sueño, un quiebre que se produce al dormir, cuando de repente,
soñamos en francés
y escuchamos en inglés.


Mezcla de lenguas. Reglas, tareas, lápices y biromes prolijas.

Escribir es una tarea. Es una humedad de sol. Es alguien que habla y no existe.

Es eso que está.


Eso
Todo
Nada

algo


Escribir es.

Escribir.

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