Tatiana persigue el ritmo
de las respiraciones ajenas. Para la oreja, odia a su familia: tiene un tiempo
de tolerancia de 23 minutos; lo sabe, lo calculó mientras todos se llenaban la boca en la mesa, comiendo, durmiendo, hablando, todo tiene el mismo
sentido y el mismo sabor. Lo que me agobia no existe en ellos. Muertos, no están
para entender la ansiedad, la tristeza, la búsqueda. Contáme qué estás
buscando, quiere que le digan en las clases de la facultad, en el ascensor
cuando sube con un vecino, cuando camina perdida por la calle deseando que la
parada del colectivo esté un poco más allá. Sueña. Ta.Tia.Na. se sabe separar
en sílabas, hace de su personalidad un abanico múltiple. De costado puede
decirlo, odio a mi familia porque nunca
me da lo que necesito, apenas me escucha cuando salgo corriendo y quemo el
parquet detrás. El cariño me parece una mentira más. Lo entiendo. No lo
entiende. Afecto innato de los que se
engendran unos a otros, de los que compartieron espacios y figuras paternas, de
los que escucharon los gritos y los portazos, los dientes frotándose contra el
cepillo y el inodoro que una vez más hay que destapar. Tatiana se repite
a sí misma como quien improvisa sobre una misma idea.
Una, otra, y otra vez. Tatiana está repetida, desintegrándose como en una pintura futurista; mientras atraviesa el pasillo, deja atrás su Ta. y recibe esperanzadoramente a su .Tia. No voy a dejar que me hundan, saldré volando si es necesario, aprenderé a tirarme por la ventana, rompiendo el vidrio en pedazos y yo quietita, sedada, dormida,
Una, otra, y otra vez. Tatiana está repetida, desintegrándose como en una pintura futurista; mientras atraviesa el pasillo, deja atrás su Ta. y recibe esperanzadoramente a su .Tia. No voy a dejar que me hundan, saldré volando si es necesario, aprenderé a tirarme por la ventana, rompiendo el vidrio en pedazos y yo quietita, sedada, dormida,
INTAcTA.
Tatiana.
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