Wednesday, October 18, 2006

Dibujado

¡Regresa con eso, Terrorista!

De verdad pensé que hoy, esto no pasaría. Cuando volví a casa mamá trabajaba en la computadora, charlaba con alguna amiga por teléfono, tomaba mate y sus sandalias descansaban al pie de la cama. Sin tanto escándalo pasaban los colectivos afuera y yo aproveché para merendar tranquilo con la tele. Apenas mamá se fue, llegó papá. Hablaba por el celular con la corbata medio desacomodada y ni notó el viento que, ¡así de golpe!, abrió la puerta del balcón. Yo entre tanto dibujo animado, la verdad es que quería seguir con la nariz en la leche, los cereales en la cuchara y Silvestre que perseguía a

¡Cielos! Tendré que usar un petardo más grande para esto…

Sin darse cuenta papá dejó caer una tarjeta de su bolsillo. Buscó del escritorio de mamá el mate y, con unos maníes en la otra mano, reposaba alargado en la cama. Creo que en un momento me llamó, tipo, quería que le dijera dónde había ido mamá, pero era obvio que tenía que comprar algo para la cena y entonces me pareció tonto gritar ahora que la tele cobraba una tercer dimensión fuera de la pantalla.
Mamá llegó. Dejó las bolsas en la entrada, murmuró algo del balcón y con mucha fuerza cerró la puerta. Fue a la cocina, dejó todo así desarmado y al ir para el cuarto, pisó la tarjeta de papá.
Ella siguió en su escritorio. Con la computadora-con el teléfono-con las amigas-con…
El mate no estaba; le preguntó a papá, que lo había llenado a gusto de maní, y yo pensé que tal vez era hora de hacer la tarea antes del

¡Qué ruido! ¡Espero que abuelita no se despierte…!

La puerta del balcón volvió a abrirse. Yo llevé el bowl a la pileta (hasta lo lavé para que después no me dijeran) y ya ellos habían empezado. Como siempre no entendía, las palabras se mimetizaban con los colectivos, ahora tan ruidosos, y las paredes parecían deshacerse como azúcar.
Las puertas se doblaban y desdoblaban con las paredes, que parecían elásticos sin quebrarse. Se deshacía el ropero, de vuelta la escena de la valija, los gritos y los dedos levantados

¿Ves, Gatito? ¡Los juegos te golpearon!

Y ahí, ¡Joaquín!, mi nombre en el centro de todo. Como cuando en los dibujos aparece con estrellitas, englobado con puntitas el gran-terrible BOOM! y yo que no

(Yo que no, Yo que sí, Yo que no sé si debo responder a mi nombre. Al grito, a ella que me llama, a él que no, a la puerta del balcón que de vuelta se abre, soplando la tarjeta, acercando los colectivos, revoloteando hojas de primavera en mi cara)

¡Eso es muy pesado para ti, amigo! Permíteme llevártelo…

Y la abuela siempre se daba cuenta. Que ellos peleaban, que uno de los dos ganaba, Piolín el más amarillo en este caso no

¡Verás los golpes que te daré!

dejaba de manotear. Yo pensé en dejar mi mochila, total era grande y pesada y quizá la tarea no importaba tanto hoy.
El balcón se abrió de par en par. Las hojas se revoloteaban contra la pared de casa como sinfonía

¡Ese Gatito es muy inteligente! ¿Por qué no pensé en eso antes?

y la tele era como un murmullo más de lo que las paredes deshacían. No tenía más hambre, ni maní ni mate ni tarjeta caída gustaban de mí y mis manos. Empecé a caminar solo, atrás todo se repetía, vuelta y vuelta, como un juego de Monopoly que todas las tardes jugábamos. Lo que pasaba es que hoy no tenía tantas ganas de quedarme a tirar los dados, esperando siempre esperando quieto a poder comprar una casa.
Aunque no podía o no sabía, no importaba.
Atrás podía escuchar esa primera frase de la tele, pensando que quizá me la decían a mí

¡Regresa con eso, Terrorista!


pero sin darme vuelta, me di cuenta que no.
Y el balcón nunca me pareció tan abierto.

1 comment:

Ju said...

Porque Silvestre y Piolín
que se buscaban y se corrían y tironeaban
no podían vivir sin el uno, sin el otro
buscando
corriendo
tironeando.

(aunque al del medio, se le abrieran los balcones)